La Buena Muerte
La cultura del morir en
el pentecostalismo
Miguel Ángel Mansilla
Santiago: Ril Ediciones, 2016.
414 p. 23 cm.
El pentecostalismo
resignificó la muerte y les quitó a los muertos todo poder sobre los vivos. Una
vez que los muertos pentecostales viajan al cielo, no solo no tienen poder para
venir a la tierra, sino que, junto con ello, el cielo fue presentado como un
espacio tan maravilloso, que los muertos no quieren volver; y si a esto se le
suma que la vida terrena era mortífera, ¿para qué un muerto querría volver a la
tierra? Todo lo contrario: los vivos quieren ir al reencuentro de los
adelantados. Por ello, los espacios del moribundo y los ritos funerarios eran
muy activos y con culto propio, porque no solo es el último adiós, sino también
el último contacto entre vivo-moribundo-muerto. Después, ni siquiera el
cementerio será un lugar visitado por los pentecostales y evangélicos en
general, como hacen con frecuencia los católicos.
Los muertos
pentecostales mueren y viven felices para siempre en el cielo. Por otro lado,
está el infierno, que evoca los sufrimientos y los dolores de la tierra, porque
para el pobre, el oprimido y el explotado, la tierra es infernal. Las
representaciones horrendas del infierno se observan en la sociedad. El abajo no
tiene que ver con las condiciones morales, sino más bien económicas y sociales:
cuanto más abajo está el ser humano en la jerarquía social, su espacio social
más se asemeja al infierno: pobreza, miseria, opresión, hambre o violencia que
atormentan al ser humano. ¡Pero mientras hay vida hay esperanza! No obstante,
el infierno pos mortuorio, es la horrenda expectación, ya que es eterno, pero
al ser el destino de los opresores y explotadores de la tierra, viene a ser el
consuelo de los explotados y oprimidos.
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