LAICISMO Y REFORMA PROTESTANTE
500 años nos
separan desde que aquel joven monje agustino de 33 años clavó sus 95 tesis en
las puertas de la iglesia de Wittenberg,
denunciando los abusos de la autoridad eclesiástica, hecho que abrió la puerta
a la mayor revolución religiosa cristiana en occidente, arrastrando con ella a
toda la cristiandad latina, que desde entonces ya no será la misma, hasta hoy.
Lutero,
sin proponérselo, se transformó en el líder de un movimiento religioso con
fuertes implicaciones políticas, económicas y culturales, que él jamás estuvo
en condición de controlar, aunque eso si se lo propuso, fracasando
absolutamente en el intento, pues había abierto una caja de Pandora que liberó
fuerzas espirituales hasta entonces fieramente reprimidas, que al ser liberadas
originaron nuestra sociedad moderna.
Los
principios de la libertad religiosa y del Estado laico, en una sociedad plural
y pluralista que comienzan a crecer, primero de manera tímida y maltratada en
las sociedades europeas que abrazaron la fe reformada en el siglo XVI, en el
siglo siguiente, particularmente en Nueva Inglaterra, la propia Gran Bretaña y
Holanda; comienzan a desarrollarse de manera cada vez más robusta, llevadas de
la mano por los perseguidos por los propios protestantes en el poder, los
anabaptistas y sus herederos, las iglesias libres, como la Bautista, Cuáquera y
Menonita. Serán estos grupos minoritarios, perseguidos, los que lograron
plasmar en el protestantismo estos principios fundamentales de la sociedad
moderna, que hoy se han transformado en universales.
En nombre de
la libertad de conciencia y de la libertad humana, un verdadero protestante
jamás utilizará o presionará al Estado, para que se utilice la fuerza de la ley
para imponer a otros seres humanos su religión o valores o estilo de vida,
pasando a llevar su libertad y conciencia.
Sólo soy un
cristiano protestante que reflexiona desde nuestra historia y teología
evangélica; y que a partir de allí reconoce que el laicismo ha sido y es la
mejor opción política para un Estado moderno, pues él nos asegura que no se
discriminará a ningún ciudadano por sus creencias, que el Estado será
indiferente a la religión de sus ciudadanos, no favoreciendo a una creencia en
desmedro de otras. Y el Estado laico también nos asegura que no solo no seremos
perseguidos o discriminados por los agentes e instituciones del Estado, sino
que también, nosotros cómo evangélicos no perseguiremos o seremos cómplices en
la persecución, discriminación, exclusión o represión de otros seres humanos
por el sólo hecho de pensar y vivir estilos de vida distintos a los nuestros.
Hoy en el
siglo XXI se escuchan voces cada vez con más fuerza, de parte de algunos
sectores evangélicos, planteando la necesidad de que el Estado imponga al país
su particular agenda valórica, cayendo en el mismo error que cayó el
cristianismo romano al unirse con el Estado, encadenando la Iglesia a la
servidumbre frente al poder político del Estado, fenómeno conocido como
constantinización de la Iglesia, dominada por los poderes políticos, que en la
Edad Media mutó al control de la Iglesia sobre el Estado y que en la época
moderna se ha llamado clericalismo o república confesional.
La edad
oscura de la Iglesia se instituyó cuando enyugada con el Estado tomó el nombre
de Dios en vano para perseguir y eliminar a todos los que en su libertad de
conciencia tenían otras creencias y estilos de vida.
El problema
del laicismo y la laicidad del Estado en la discusión actual, es sólo un
indicador de algo más profundo dentro del mundo evangélico y de la política
chilena, que no solo es un problema nacional, sino global, que es el rol de la
religión en la sociedad, y sus relaciones con el poder político y económico en
una sociedad plural con crecientes índices de secularización.
Nos ha tocado la suerte de vivir 500
años después del inicio de la Reforma Protestante, no ya en los inicios de la
modernidad, sino en sus postrimerías, no ya en un rincón subdesarrollado del
planeta que vivía los estertores de la muerte del viejo orden religioso y
político, que estaba pariendo a un mundo nuevo, siendo Lutero su obstetra, sino
un mundo que hoy es global e interconectado, enfrentado a problemas globales
que arriesgan la existencia misma de la civilización tal como hoy la conocemos y concebimos.
En cuanto a la dimensión de la fe, hoy el problema fundamental ya no es
la autoridad papal y sus abusos, o la diferencia de la doctrina de la
justificación que enfrentaban a protestantes y católicos, sino que hoy todas
las religiones enfrentan por delante el doble reto de la secularización de la
cultura contemporánea y el de convivir de manera dialógica, para evitar
arrastrar a todo el planeta, en una guerra religiosa que nos haría retroceder a
estadios de civilización ya superados. Hoy los protestantes y sus herederos, al
celebrar o conmemorar aquel episodio trascendental, debemos extender a las
demás confesiones religiosas del mundo la invitación a celebrarlo en conjunto,
reconociéndonos como imagen de Dios, responsables ante El de nuestros hermanos
y de toda su creación, con legítimas diferencias culturales y religiosas, tratando
de manera conjunta el dar una respuesta
a los nuevos retos del mundo de hoy.
Así es mi hermano, un abrazo fuerte para ti y muchas bendiciones que tiene cuidado de ti
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